Te enterramos ayer, y aún no sé en qué lugar me encuentro. Será así por mucho, mucho tiempo, y eso sí que lo sé. Caminaré infructuosamente, perdido por las calles, los campos, intentando encontrarte, intentando despertar de esta pesadilla que es ya mi realidad para siempre. Y cuando asuma que tu abrasadora ausencia no tiene remedio y el dolor se mitigue, se transforme en una horrenda cicatriz pulsante, entonces digo, intentaré suicidarme por ahogamiento en los recuerdos que guardo de ti. Haré acopio de los mismos buscando el más recóndito, el mínimo y fugaz rastro luminoso de tu presencia, escarbando hasta bajo el último pliegue de memoria. Cada uno que encuentre será el mayor de mis tesoros, y me desesperaré al comprobar cómo me engañó la cotidianidad, haciéndome creer que lo extraordinario de cada momento estaría por siempre disponible y cercano. Ahora daría cualquier cosa por uno de aquellos minutos a tu lado sin hacer nada, cualquiera de todos aquellos que no supe valorar ni por asomo.
Sabía que sufriría lo indecible cuando te fueras, pero no podía imaginar lo terrible de las horas pasar sabiendo lo que ahora sé. El presente se ha convertido en una papilla repugnante, cruda, que debo tragar constantemente, y que me invita a soñar con estar muerto para terminar de una vez con todo, y volver a tu lado. Y no es mi corazón, sino mi cerebro quien así me susurra. Si la amputación de tu pérdida no acaba conmigo, sé que por fuerza habré de convertirme en algo que ya no seré yo. Los dos estaremos muertos, en distintas formas, y quedaremos cristalizados en la impenetrable gema del pasado.
Imagino los días del futuro sin ti, el lento discurrir de los inviernos, los veranos… vacíos, carentes de la calidez de tu risa, tu insustituible compañía, esa que abrazaba de sentido todo cuanto ocurría, fuese bueno o malo… y no puedo sino llorar de autocompasión ante lo que sé que me espera. Sé lo que me dirías con tu lógica aplastante sobre lo precioso de mi propia vida, de las otras personas que me acompañarán… pero hablarías sin saber ni remotamente, con tanta buena intención como ignorancia, lo que supone vivir dentro de mi piel ahora. Cada momento es una sesión de tortura, y un monstruo lacerado es lo único que puede salir de aquí.
Lo sé, sé que no debería pensar así, pues empaño la sacralidad de tu persona cuando lo hago, pero no puedo evitar que mi mente viaje contigo al interior de tu ataúd, e imagine cómo será tu lenta descomposición entre microorganismos y gusanos hambrientos surgidos del infierno inherente a la naturaleza, como si pensando así, con mi mente vigilante allí dentro, pudiese detener o ralentizar lo inevitable. Me despertaré un día y pensaré “Avanzan, y yo no puedo hacer nada”. Despertaré otro y lo primero que pensaré será, con lágrimas de impotencia resbalando por mis mejillas, “¿Cómo de hondo estarán llegando ya? ¿Se verá ya el hueso?” y horrendas imágenes, híbridos de imaginación y recuerdo, me torturarán con silenciosa saña.
Los demás intentarán animarme, y las imágenes, como invisibles hierros al rojo, me quemarán la carne por dentro, y ni siquiera podré gritar.
Desde este mismo instante todo me parece falso, impostado, una desagradable realidad de cartón-piedra que no sé si podré asumir y soportar sin convertirme a mi vez en un ser del mismo material burdo. ¿Qué clase de vida tienes, cuando todo tu interior está hecho añicos?
El trato con los demás me obligará a ceñirme máscaras de cortesías que a duras penas podré mantener en su posición. Me veré obligado a escuchar, una y otra vez, en distintas voces y tiempos, todo el repertorio de frases de consuelo y sus variantes que la humanidad ha ido compilando a lo largo de su historia, y cada una de ellas será como una puñalada en mi alma, por más alivio que intenten transmitir. Es lo esperable, pero mi corazón late en una dimensión inaccesible a la mínima comprensión ajena.
Sólo hay un motivo por el que no voy a renunciar hoy mismo a todo este tiempo que no quiero, y es el respeto a tu voluntad, a tu amor por mí, a todo lo incontable que hiciste para que yo pudiese llegar hasta aquí. Haré de cada uno de mis días un homenaje a tu memoria. Eso, sólo eso, es lo que me mantendrá unido a este infecto mundo de mentiras.
Y mientras tanto, me aferraré al consuelo de saber que, cada paso que doy, me acerca más y más a tu lado.
De vuelta a tu lado.
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