Dejando a un lado sus orígenes vudú, películas, libros y videojuegos han grabado en nuestras mentes una idea bastante clara de lo que es un zombi prototípico: un muerto viviente, una (ex) persona semi-deshecha que no está del todo viva ni del todo muerta, impulsada por un ansia instintiva a devorar la carne/cerebro de sus congéneres más próximos y transmitiéndoles, ya de paso, tan envidiable estado existencial. Así, la plaga zombi se expande de un modo exponencial, prácticamente imparable.
Bien, ésta es la imagen que más o menos nos viene a todos cuando escuchamos la palabra zombi.
Resulta obvio, sin embargo, que nadie ha visto jamás uno arrastrándose por las calles de su ciudad (y no, esos tipos que sólo se les parecen no cuentan), ni tampoco ha tenido noticias de ellos en ningún lugar del mundo, ni ahora ni en tiempos pasados. Para qué hablar ya de multitudes, o ataques en horda.
Pese a todo hay algo que todos tememos, sabemos y, por tanto, ocultamos: los zombis, en verdad, existen.
–¿Pero de qué coño vas, tío? ¿No acabas de decir que nunca se ha visto uno?
–Si te callas y me dejas continuar, lo explicaré.
Verás, resulta que la realidad global es un bocado demasiado grande para nuestro estómago, y sólo podemos digerir aquello que en él cabe, aquello que resulta útil para nuestra supervivencia. Por un simple principio de economía de recursos, no estamos capacitados para comprenderlo todo.
Al igual que los ratones no necesitan saber matemáticas.
La realidad es un infinito mar de conceptos, factores y relaciones que nos sobrepasan, dentro del cual ocupamos una dimensión molecular. En su fascinante complejidad, la naturaleza nos dotó con ese poderoso motor creador de símbolos que denominamos mente. Y esos símbolos sintetizan en un constructo los aspectos esenciales de ciertos fenómenos que no podemos asumir de otra forma.
Un zombi es un símbolo.
–¿Un símbolo? ¿De qué? ¿De los peligros que conlleva el no saber estarse muerto?
No exactamente, pero casi. EL zombi va cargado de una increíble cantidad de significados, que paso a exponerte:
Nuestra incuestionable condición mortal nos aterra. Sabemos que vamos a morir, sin que podamos hacer absolutamente nada por evitarlo. El zombi encarna –aunque sea el más desafortunado verbo para decirlo– nuestro miedo a la muerte. Su cuerpo está en proceso de putrefacción, como sabemos que ineludiblemente lo estará algún día el nuestro, encerrado en una tumba. Camina con determinada lentitud, como pensamos que la muerte se acerca a nosotros: lenta, lejana e incluso esquivable si nos lo proponemos, además de risible en su torpeza; no desecharemos esa ilusión, por más que la sepamos falsa. El mordisco de un zombi te convertirá, a su vez, en otro zombi; esto es: la muerte sólo te llegará si te dejas alcanzar por ella. ¿Existe alguna forma de escapar a la muerte? No en la vida real, desde luego. Pero en nuestras ilusas ficciones sí que podemos enfrentarnos a ella cara a cara, reventando sus representaciones zombíticas a base de escopetazos, dejándola fuera de combate con certeros tiros en la cabeza o quemándola con cócteles molotov. No nos sacará de nada este divertimento, pero no por ello su vivencia nos dejará de resultar menos gratificante.
–Vaya… no me había parado nunca a pensarlo así…
Otros significados actúan en un nivel más sutil.
El zombi representa a todos los pasados de los que huimos. Cada zombi es un recuerdo, que pugna por desenterrarse y se afana por darnos alcance, para devorarnos el cerebro O, lo que es lo mismo, nuestra mente, nuestro presente. Ellos son muchos, infinitos casi, e imparables… lucharán por ser el primero en darnos caza, imponiéndose a todos los demás. Y entonces… estaremos a su merced. Puede tardar minutos, días o incluso años en devorarnos. Y mientras tanto, no podremos fijar nuestra atención en nada más. Estaremos muertos en vida, a todos los efectos… ¿comprendes?
–Sí, conmigo se dan festines constantemente.
Por desgracia, entre todos esos zombis están también todos nuestros seres queridos, los que ya se han ido, pero aún siguen presentes. Algunos, morbosamente con más presencia que cuando estaban vivos, de hecho. Es doloroso decirlo, pero es así. En la enfermedad, en la decadencia de nuestros padres podemos vislumbrar esa sombra zombi que estará siempre tras nosotros. A veces conseguiremos ponernos fuera de su alcance –lo que no se ve, no existe–, pero en muchas ocasiones, nos harán trizas. Mientras se alimentan de nuestra atención, el dolor nos envolverá en su abrazo. Un dolor que es pena egoísta por nosotros mismos, por no poderlos tener a nuestro lado de nuevo como en los tiempos felices, al tiempo que conmiseración hacia ellos, por su condición irreversible, por ser muertos vivientes en nuestra memoria. Por eso les deseamos que descansen en paz, que no se muevan, que no vengan a morder nuestras complicadas vidas… que ya iremos nosotros a visitarlos a sus hogares eternos cuando nuestras estúpidas y artificiales prioridades nos lo permitan. Si te fijas, en las películas suelen atacar de noche -¿no es cuando más pensamos, antes de dormir? – a los protagonistas atrincherados en una casa, símbolo de todo lo que más queremos, por cuanto hemos luchado y de nosotros mismos, en definitiva.
–Empiezo a sentirme inquieto, tras escucharte…
Pero eso no es todo.
Si prestas atención a lo que el espejo te ofrece cada día, podrás observar los ligeros síntomas que están ahí. Esa expresión cansada, esas líneas oscuras que parecen subrayar las cuencas, esas arrugas que surgieron sin que te dieses cuenta, el pelo que se va retirando para dejar al descubierto a la calavera y su incuestionable victoria… no es fácil asumirlo, pero la muerte crece con nosotros.
Nunca hemos estado vivos, ni del todo muertos.
Y cada vez que alguien piensa en nosotros, se acentúa la condición zombi… condición que será plena cuando nuestro corazón deje de latir. “Nadie muere del todo mientras es recordado” dicen algunos, como si ese horror constituyese un privilegio. Ni por un segundo piensan en qué estado se encontrará la mente del recordado…
A veces sentimos que no controlamos del todo nuestro cuerpo, que incluso hemos salido de él; otras que estamos encerrados en una celda de hueso y carne en descomposición, condenados por años a permanecer ahí. Son estrellas fugaces de lucidez en la noche de la consciencia. Eso es en verdad lo que somos.
Todos zombis.
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