Manipulando mi cartera, el DNI cayó al suelo. Al recogerlo me fijé en la fotografía. Allí no estaba mi cara de hace unos años. En su lugar, una grisácea calavera de hondas cuencas. Sorprendido, sin creer lo que veía, volví a fijarme con más atención. Inconfundible, pese a no haberla visto nunca antes, mi propia calavera me seguía sonriendo. Al levantar la vista, estupefacto, reparé en el calendario colgado de la pared. Marzo de 2073. No 2016, como había creído hasta ahora.
Entonces comprendí todo.
La oscuridad fue inundando lentamente mi consciencia, como un lento fluir de sangre azabache, mientras disparatadas hipótesis intentaban acertar en el centro de la Verdad. ¿Había sobrevivido mi mente en una dimensión cuántica a mi cuerpo muerto todo este tiempo, creyéndose aún viva? ¿Acababa de confirmar el determinismo de nuestra realidad y una falla del sistema me reveló un momento futuro? ¿Había enfermado mi cerebro, mezclando ideas con el entorno?…
Demasiado tarde ya para mí.
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