Sigo leyendo libros de la II Guerra Mundial, y esta vez le ha tocado a esta obra de Max Hastings: «Némesis. La derrota de Japón, 1944-1945», periodista, corresponsal de guerra e historiador.
El horror del teatro europeo de este desgraciado periodo parece haber restado atención de todo lo que ocurría en el margen oriental del mundo: al público general nos suenan los campos de concentración, Normandía, pero… ¿Quién sabe de las atrocidades perpetradas en Manchuria por Japón? ¿Filipinas, Birmania? Bien, pues este libro viene a ilustrarnos sobre esta cara menos conocida del conflicto que estuvo a punto de llevarse el mundo por el sumidero.
Hastings, al igual que otros divulgadores históricos modernos que voy conociendo, tiene un estilo narrativo claro y directo, que compagina lo micro de testimonios personales con lo macro de las estrategias generales, de una forma muy equilibrada y atractiva, o al menos así me ha resultado a mí: te vas informando pero de una forma muy agradable como lector, sin exceso de datos abstractos/técnicos, pudiendo dibujarte un marco general mental que pone cada cosa en su sitio, con lógica interna. Muy llevadero, sobre todo en comparación con otras obras del periodo que he leído, que se perdían más en divisiones del ejército y demás. Seas el tipo de lector que seas, no tendrás problema en seguirle el ritmo a Némesis.
Prisioneros japoneses repatriados de Siberia. Fuente: Wikipedia.
Impresiones generales
Más que en los contenidos concretos del libro, me centraré en las impresiones que me ha provocado esta lectura. Por un lado, uno no deja de sorprenderse de los grados de brutalidad y animalidad que puede alcanzar el ser humano en determinadas situaciones, sobre todo cuando actúa en grupo y movido por símbolos, banderas y demás mierda destructiva. Cuando uno piensa ¿cómo es posible dejarse llevar de esa manera y desencadenar como país semejante infierno? no puedes sino llegar a la conclusión de que las emociones, la frustración son increíbles fuentes de energía que subyugan la racionalidad, incluso de sociedades enteras. Si en algún momento, con fría razón, Alemania, Japón e Italia se hubiesen parado a pensar: ¿podemos militarmente las tres naciones con el resto del mundo? la respuesta sólo puede ser una: no. Pero las ideas fijas (totalitarias), ciertos valores como la determinación, el honor (mal entendido) y demás visión distorsionada de la realidad, pueden llevarnos al desastre total, personal y socialmente.
Impresiona y mucho esa concepción japonesa del sacrificio personal por el imperio/patria/emperador, donde el código bushido del honor militar conducía a la muerte luchando antes que a la rendición, incluso cuando fuese un total absurdo estratégico. Una forma extremista de entender el honor, que casi condujo al Japón a la destrucción total. El libro trata el debate clásico ¿fueron necesarias las bombas atómicas para terminar la guerra? Desde luego, es en última instancia una pregunta imposible de responder con certeza -entraríamos en la historia-ficción-, pero está claro que esta mentalidad de lucha-hasta-el-último-hombre hubiese requerido muchos millones de muertos más en caso de invasión terrestre de Japón. La alternativa del bloqueo tampoco parecía dibujar un fin claro al conflicto. En cualquier caso, el saldo es un horror humano que aún sigue traumatizando de sólo recordarlo y que dejó su huella en el inconsciente colectivo para siempre.
Otra reflexión que me deja el libro es cómo, anestesiados como estamos en nuestra sociedad actual tan alta-tecnología como bajo desarrollo espiritual, todo esto nos suena lejano y brutal y, sin embargo, el peligro de vernos arrastrados por idénticos totalitarismos (estoy pensando en cierto constructor de muros amante de las guerras, por lo que dice) no lo tendremos a la vuelta de la esquina. Si la historia es cíclica, deberíamos estar temblando ya mismo. O mejor, dejemos de temblar y vacunémonos contra las ideas fijas y la falta de empatía por el prójimo.
Te recomiendo encarecidamente la lectura de este libro. A mí me ha encantado, ilustrado y abierto la mente a muchas cosas que desconocía. Chapeau por Hastings. Tengo que leerle más 😉
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