Era noche cerrada. La lluvia llevaba horas cubriéndolo todo con su serenidad cristalina, pero pocas personas eran conscientes de ello. Vivir solo en un caserón en medio de algún lugar entre las montañas es algo para lo que no todo el mundo está preparado; yo creía estarlo… hasta aquella noche. Nunca me había ocurrido nada igual. El suave repicar de la lluvia provocaba ecos por toda la casa, reverberando por los pasillos, en cada rincón. Fuera, la lluvia se convirtió en furiosa tormenta, mientras dentro de la casa un silencio expectante se imponía sobre cualquier otro sonido. Tres golpes secos hicieron retumbar la ventana, contundentes como verdades, rompiendo la seguridad de lo cotidiano. No habían sido un producto de mi imaginación, a pesar de que la razón y las circunstancias apuntaran a ello. Tres nuevos golpes, pausados, y aún más vigorosos que los anteriores confirmaron esta angustiosa realidad. Era una llamada, pero… ¿de quién? ¿O de qué? El segundo piso donde me encontraba se eleva cinco metros sobre el suelo, y la ventana apenas tiene alféizar sobre el que apoyarse. A pesar de que estaba aterrorizado, una curiosidad morbosa arrastró mis pies fuera de la cama y los condujo en aquella dirección, orientado por la intermitente luminosidad de los relámpagos que la atravesaban para inundar la habitación. La vieja madera del piso crujió bajo mi peso, mientras me acercaba lentamente, paso a paso, hasta colocarme frente a la ventana y… allí estaba, ocupando todo el vano con su cuerpo, aquella realidad imposible, error de la Naturaleza y la lógica. Su bulbosa figura recordaba vagamente a la de un pájaro deforme, creado según parámetros absurdos, cubierto su cuerpo por agudas varillas oxidadas, como de paraguas, que entrechocaban produciendo sonidos angustiosos al ritmo de su agitada respiración. El rostro de aquel ente era lo peor… sentí mi cordura quebrarse ante su visión: poseía dos ojos humanos asimétricos, sin párpados, circunferencias perfectas que reflejaban odio y furia infinita, congelados así sobre su víctima. Mostraba su dentadura de colmillos irregulares, comprimida en un mordisco atroz. Mi mente luchaba por volver a atar los cabos que le permitiesen unirse de nuevo al mundo real, mientras mi cuerpo quedó congelado ante la aparición; no hizo nada, no dijo nada, sólo mirarme fijamente con rabia ancestral, lógica sólo dentro de su conocimiento. La lluvia siguió cayendo…
Lo primero que vi al despertar fue la habitación blanca –acolchada– en que me encontraba, y de donde no volvería a salir jamás. Ellos dicen que estoy loco, que la soledad destruyó mi mente; pero ellos no lo vieron, no saben que convive en nuestro mundo, quién sabe con cuántos entes más; su mensaje era su presencia, dar a conocer su existencia real, traspasando el plano onírico. Sin embargo, mi verdad no será nunca oída.
A veces, cuando la tormenta ruge y todos duermen, puedo escuchar entre los truenos lejanos un débil tintineo de varillas herrumbrosas, como de paraguas viejos…
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