Desde lo alto de su púlpito, el Gran Itonimio contemplaba la multitud congregada en la sala, aguardando pacientemente a que el murmullo general se extinguiese por completo. Los consejos de las tres especies racionales aún se encontraban acomodándose en sus respectivos sectores, convenientemente acondicionados a sus peculiares características morfológicas. Los corpulentos y belicosos Akrags fueron los primeros en autoimponerse un silencio marcial, que fue secundado poco después por el cese de las protoplasmáticas regurgitaciones de los Blubons; y justo es decir que nadie escuchó jamás sonido alguno atribuible a los enigmáticos Bha-uts, cuyos cráneos abultados carecían de rostro y órganos sensoriales distinguibles entre la masa de zarcillos luminiscentes que brotaban de sus endebles y azulados cuerpos. Instantes después, cuando el silencio fue absoluto, el Prismaductor comenzó a emerger del centro de la sala, hasta que su inmensa estructura cristalina quedó al descubierto.
–Queridos hermanos planetarios –saludó el Gran Itonimio. Y sus palabras fueron inmediatamente absorbidas por el Prismaductor, que las proyectó por triplicado frente a los tres Consejos, ya reinterpretadas en signos comprensibles para cada una de las inteligencias– es un placer estar reunido nuevamente con todos vosotros. Como bien sabéis, vuestros representantes han solicitado que esta reunión se celebrase con la mayor premura posible, y es por ello que nos encontramos aquí en este momento, meses antes de la fecha prefijada. Dado el carácter excepcional de esta petición por partida triple, espero conocer cuanto antes los motivos y argumentos que justifican vuestra urgencia.
Los destellos se apagaron en el núcleo del Prismaductor, hasta que uno de los Bha-uts se puso en pie y comenzó a transmitir sus ondas cerebrales:
–Se te honra, Gran Itonimio. Y de inmediato tu voluntad se verá satisfecha. Sabio Padre, era tu deseo que nos volviésemos a encontrar durante el solsticio de Dramur para que cada especie presentara ante sus hermanas la concepción del universo desarrollada con el máximo esfuerzo de su intelecto. Después, Gran Itonimio, la inmensa claridad de tu mente unificaría las tres teorías, corrigiendo los errores inducidos por la limitada condición de nuestras capacidades y superando la ceguera sobre lo infinito a la que estamos condenados en nuestras intranscendentales existencias. Es posible que de nada sirvan nuestras modestas aportaciones en tu inconmensurable labor; pero esperamos fervientemente el día en que puedas librarnos de esta dolorosa ignorancia que nos encierra entre los muros de la esencia primitiva.
–Toda ayuda es imprescindible, mi buen Bha-ut. Y no permitiré que aunéis vuestra fe en mis fuerzas con el autodesprecio, pues la galaxia no posee mayor trascendencia que un átomo de tu cuerpo. Continúa, por favor.
El representante Bha-ut realizó una serie de movimientos rituales con sus zarcillos, que el Gran Itonimio interpretó como gesto de disculpa.
–El trabajo dentro del Círculo de Astrociencia Bha-ut progresaba rápidamente. El análisis de los fenómenos cósmicos pronto nos condujo hacia las primeras leyes y teoremas generales sobre las propiedades del universo. Filtramos nuestras deducciones desde mil perspectivas distintas hasta conseguir conclusiones irrefutables. Los progresos alcanzados revestían de alegría nuestro ánimo, pues presagiaban ya un nuevo estadio para la inteligencia Bha-ut y una gloriosa celebración del solsticio de Dramur si el trabajo de nuestros hermanos seguía una estela similar de resultados. Pero los siguientes descubrimientos tornaron nuestra alegría en preocupación. Ignoramos si las causas que han motivado la alerta de nuestros hermanos Akrags y Blubons coinciden con las que se derivan de nuestros estudios; rogamos porque no sea así, puesto que, si nuestros cálculos son correctos… el universo entero está a punto de quebrarse.
Un sordo malestar recorrió la sala.
–Explícate –pidió el Gran Itonimio con el ceño ligeramente fruncido.
–Bien, como todos sabemos, la estructura filamental del universo se expande continuamente desde su punto de origen en sentido inverso y lineal respecto al mismo. Este punto concentra una energía incalculable, infinita, de la cual se constituyen las galaxias, que se alejan a una velocidad siempre constante. O eso creíamos saber hasta el momento. Los últimos datos recogidos por nuestros instrumentos de medición señalan, de modo inequívoco, que esta concentración de energía no sólo es finita, sino que además se está extinguiendo a un ritmo superior a los 1.300 megapaws por unidad. Las consecuencias son dramáticamente evidentes: en cuanto el núcleo energético expire, las dimensiones que sustentan la estructura filamental desaparecerán instantáneamente, y todo lo que conocemos junto a ellas. Ni siquiera llegaremos al solsticio de Dramur, oh Gran Itonimio.
–Sin duda terribles me parecen vuestros hallazgos –dijo el alto sabio, mesándose sus blancos cabellos–. Pero me gustaría conocer aquello que Akrags y Blubons desean comunicarnos antes de dictaminar una resolución.
Los Blubons fundieron sus cuerpos gelatinosos en una colosal masa amorfa, que inmediatamente comenzó a contraerse y a expandirse, formando curiosas figuras y signos en el aire entre protuberancias, depresiones y excrecencias que aparecían tan pronto como se recogían en constante movimiento. El prismaductor se activó nuevamente para la difícil tarea de traducir los extraños signos de tan peculiar lenguaje en mensajes comprensibles para el resto de los seres vivientes en la sala, exceptuando al Gran Itonimio, que no necesitaba de la mecánica función de la máquina que él mismo había construido con sus propias manos, en tiempos pertenecientes a un remoto pasado. En un principio, Akrags y Bha-uts cuestionaron seriamente la plena racionalidad de la especie Blubon, fundamentándose en la caótica asimetría que presentaban sus pensamientos, incluso después de la reelaboración que el infalible Prismaductor, que respetaba siempre cada estilo idiosincrático, efectuaba con ellos. La intervención del Gran Itonimio, durante el tercer solsticio de Dramur, puso fin a todas las dudas que se cernían sobre la naturaleza Blubon en una magistral acción de acercamiento y empatía total entre las tres especies, que fue recordada como el nacimiento efectivo de la hermandad de todos los seres.
–Consideramos… correcta su teoría del… universo filamental, aunque nuestros… conceptos no… unívocos. Existe un error… de base en sus… apreciaciones, a mi entender. Nosotros… he comprobado que el núcleo… energético primordial… mantiene intacta… su eterna condición. Sin… embargo, lo que… realmente ha aumentado… ha sido… la velocidad con la… que de él se alejan… nuestra galaxia y… todas las demás… de un… modo inexorable hacia la profundidades del… Límite de Perdición; allí donde, según nuestra… mi Cienciligión… todo muere sin remedio… en la más absoluta… oscuridad.
–Espero sinceramente que no estéis en lo cierto –susurró el viejo sabio con la gravedad reflejada en el rostro.
–¿Puedo hablar, Señor? –dedujo el Prismaductor que significaban los bramidos del portavoz Akrag.
–Por supuesto.
–Seis jornadas atrás me encontraba, junto a cuatro de mis mejores guerreros, explorando las recónditas cavernas de los desfiladeros de Ubmar. Habíamos decidido poner fin de una vez por todas a las continuas tropelías de esas alimañas Waspen, exterminándolas en su propio territorio. Nos hallábamos descendiendo por una abrupta pendiente oculta tras las caudalosas aguas de una de las múltiples cascadas que horadan el interior de estas montañas cuando, súbitamente, el cuerpo de Inseg fue presa de violentas convulsiones. Sus armas rodaron por el suelo, y se hubiese precipitado sobre las rocas del fondo si Jocar y yo no lo hubiésemos impedido. Parecía estar en trance, con los ojos en blanco. Cuidamos de él hasta que fue recuperando lentamente la consciencia. No recordaba el lugar donde estábamos ni el propósito que perseguíamos, pero al menos si nos reconoció como sus compañeros de armas. Dijo que nuestro Señor Muwalrik le había elegido para dar a conocer su palabra, y a punto estuvo de pagar con la vida semejante blasfemia. Mas siempre hay tiempo para probar la muerte, por lo que escuchamos aquello que, supuestamente, la deidad había dejado en su cabeza durante el trance. Muwalrik quería que el pueblo Akrag, por tratarse de sus ahijados mortales, supiese antes que el resto de las criaturas del universo lo que está a punto de acontecer. A lo largo de la eternidad, desde el origen de la materia, Muwalrik ha modelado cada objeto del cosmos. Todos guardan para él un mismo valor, ya se trate del más diminuto ser o de la galaxia más compleja, pues en todas insufla la perfección, nunca del todo completa. Doarmethos, su perverso hermano, siempre malogra sus obras con viles acciones propias de un poder débil, ponzoñoso y decadente que se arrastra por la inmensa sombra que Muwalrik proyecta tras de sí. De este modo conocemos el desequilibrio, el caos, la repugnante asimetría de las formas, la podredumbre que irradia el tiempo, la enfermedad y su lenta agonía, prisiones circulares, victorias de enemigos invisibles, las fuerzas que la melancolía arranca sin remedio, acechanzas del mal incorpóreo, la muerte desprovista de gloria… La paciencia de Muwalrik ya se ha agotado. Se acerca la confrontación en la que Doarmethos desaparecerá para siempre junto a cientos de universos, incluido el nuestro. Moriremos en el fragor de una batalla que no podemos concebir, ni siquiera imaginar pobremente; pero de las cenizas de nuestro destino resurgirán mundos luminosos que no conocerán sino la pureza de la dicha que Muwalrik creó para nosotros y que Doarmethos, con su presencia, nos negó. Solamente hemos venido, queridos hermanos del alma, a compartir con vosotros esta revelación y a despedirnos, no con tristeza, sino henchidos de gozo y gratitud por el privilegio de haber experimentado esta única e irrepetible existencia común a vuestro lado. Hasta siempre.
El Prismaductor quedó inactivo. Todos se vieron inmersos en un silencio contenido, glacial, impuesto ante la excepcional cualidad de semejante presagio apocalíptico, inesperadamente orquestado por sus sorprendidos intérpretes. Después de unos minutos que parecieron eternidades, el Gran Itonimio rompió con palabras su profunda meditación y la espera en tensión que envolvía como un aura su figura.
–Vuestros comunicados han sido ciertamente inquietantes; pero yo quiero transmitiros un mensaje de tranquilidad. Llevo mucho tiempo estudiando el cosmos, mis investigaciones comenzaron cuando aún faltaban siglos para que vosotros despertaseis a la vida; y en todo este tiempo he llegado a cientos de conclusiones sobre la infinitud que nos rodea. Os aseguro que no hay motivos de preocupación inminente. Tal vez el futuro distante otorgue valor a vuestras percepciones, mas no…
La frase quedó por siempre inconclusa, pues el universo fue arrancado de la luz en inconmesurable hecatombe para todas las disposiciones existentes de la materia, cuyos restos dispersos y atomizados se diluyeron en la instantánea corriente de energía innominable que sustituyó todo lo habido con su realidad de muerte absoluta, de eterno vacío estático y oscuridad sin objeto ni fin.
El señor Hernández contemplaba con honda preocupación los cabellos que habían quedado enredados entre las púas del peine. Lo alzó frente al espejo, inclinándolo lentamente hasta ponerlo de perfil. Sintió un latigazo de repulsión e impotencia. Ya no podía seguir engañándose: el pelo le abandonaba. La inexorable alopecia se abría camino entre matas antaño frondosas, ridículos penachos ahora que ni siquiera servían para cubrir ese cráneo de hombre maduro –y tan parecido al de un bebé, sin embargo– que se reflejaban sin pudor en el espejo, menos aún para cubrir su humillado amor propio.
¡TOC TOC TOC!
–¿Te queda mucho, cariño? Los niños ya llegan tarde. Te están esperando en la puerta del garaje.
–No… no mucho. Salgo enseguida –se escuchó decir con huecas palabras.
Puso resignadamente el peine bajo el grifo y vio como el torbellino en miniatura desaparecía llevándose una parte de su ser hasta el fondo de las cloacas. Suspiró… y abrió la puerta, dispuesto para afrontar un día más.
–¿Te encuentras bien? Tienes mala cara –preguntó la señora Hernández, escrutando sus facciones.
–Dormí poco anoche, eso es todo. ¿Has visto mi maletín por alguna parte?
Pero su mujer no respondió. Seguía mirándole fijamente.
–¿Es por el pelo, verdad? –inquirió con suavidad.
–¡En absolu… No; bueno, puede que… Maldita sea, no sé cómo haces para leerme el cerebro.
La mujer dejó escapar una risita cariñosa que al señor Hernández se le antojó no del todo desprovista de malicia.
–¡Ay, mi niño grande, que se está quedando calvito! –bromeó mientras se alzaba sobre sus tobillos para plantarle un beso en mitad de la frente descapotable a su marido–. No dramatices. Piensa que en el mundo entero mueren miles de personas a diario.
–Pero con pelo –gruñó, ajustándose la camisa–. ¿Dónde estará el puñetero maletín?
–Lo tienes ahí delante, querido. Sobre la silla de la entrada, justo donde lo arrojaste ayer. Además, ¿No te he comentado nunca lo atractivos que me resultan los hombres de… brillantes ideas?
–Amparo, cielito… si no dejas de hacer chistes malos inspirándote en mi problema capilar, me parece que voy a gastarme tu presupuesto mensual de peluquería y potingues en lociones milagrosas, complejos vitamínicos y peluquines variados para cada día de la semana, fiestas aparte, por descontado. Me pregunto cuál sería tu reacción si una mañana te encontrases, al despertar, tus dorados rizos sobre la almohada. Seguro que sería excelente. Valoras tan poco la estética…
–Sí, los recogería tiernamente en una bolsita para hacerte un favor a ti y a la economía familiar –repuso ella con sorna. Que pases un buen día. Y cuidado con el viento.
La puerta sonó como un bufido de fastidio al cerrarse.
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